Desentrañar tus más ocultos temores. Utilizar tu don como una maldición. Saber que tú mismo eres capaz de ser ese monstruo. “El silencio de los inocentes” no es una simple película, es un juego mental que te atrapa, te analiza y te muestra como en verdad eres.
La figura del asesino en serie es el resumen espantoso de la era de la industrialización. Es lo mismo, buscar el objeto del deseo, después ubicar solo el objeto que la contiene. Que guarde los patrones exactos, que no rompa el molde pero que a la vez sea única.
En la sociedad de masas, al igual que el asesino serial de “el silencio de los inocentes”, no buscamos el objeto, sino más bien buscamos el objeto del deseo. En la película el asesino serial no buscaba mujeres, lo que en realidad buscaba era la piel de estas. Ese es el objeto del deseo. ¿Y para qué?, para descubrirse, para saber quién es. Deseamos lo que observamos, lo que todos los días vemos pero sabemos que no podremos tener. Esa es la similitud del asesino en serie y la del “individuo” en la sociedad de masas capitalista.
Todos los días nos enfrentamos a solo observar las cosas magnificas que la sociedad ha desarrollado; casas, autos, ropa. Deseamos tener todas esas cosas, creemos que algo cambiara en nosotros cuando las poseamos, pero cuando las tienes te das cuenta lo que en verdad eres. Todas esas cosas solo te sirven para recordarte quien eres. El objeto es el auto nuevo, pero el objeto del deseo es lo que buscas SER cuanto lo conduces. Pero al conducirlo te das cuenta lo que eres en verdad, lo que siempre fuiste y lo que siempre serás. Ahí, en ese preciso instante, el sueño capitalista del hombre de éxito se rompe, porque tu cercanía al objeto del deseo te vuelve a la realidad, sin embargo –y en ese momento- la promesa de aceptación te rescata.
Foucault, mediante su explicación del poder pastoral, hace cierta la semejanza. Entregamos nuestra subjetividad a un poder mayor, dejamos de ser nosotros mismo y nos entregamos a los designios de ese poder mayor, es ahí cuando deseamos lo que vemos cotidianamente. Ese poder mayor nos obliga a desear para ser aceptados. Nos obliga a buscar, a escarbar, a matar y a hacer todo por conseguir el objeto del deseo, objeto que nos dará por fin la capacidad de ser aceptados. Nuestra subjetividad, controlada por el poder mayor, dice que lo conseguiremos, que debemos esforzarnos, y si por si acaso dudamos, el poder “confesionario” estará ahí para recordarnos que siempre, en algún momento cuando menos lo imaginemos, podremos conseguirlo. La figura del asesino serial en “el silencio de los inocentes” busca en la piel de sus víctimas, lo mismo que nosotros buscamos al conducir un carro nuevo, la aceptación del poder superior.
“Lo que la fantasía se esfuerza por representar es, a fin de cuentas, la escena “imposible” de la castración. Por este motivo, la fantasía como tal, como noción misma, se encuentra cercana a la perversión: el ritual perverso escenifica el acto de la castración, de la pérdida primordial que le permite al sujeto entrar en el orden simbólico. O, expresándolo en forma más precisa: en contraste con el sujeto “normal” para quien la Ley cumple el papel del agente de la prohibición que regula su deseo, para el perverso el objeto de su deseo es la Ley; la Ley es el ideal que desea, quiere ser plenamente reconocido por la Ley, integrado a su funcionamiento... La ironía de esto no puede escapársenos: el “perverso”, este “trasgresor” por excelencia que pretende violar todas las reglas del comportamiento “normal” y decente, busca en realidad la imposición misma de la Ley.”
El acoso de las fantasías
Slavoj Zizek